Me imagino que más de uno, cuando lea esta reflexión personal se sentirá bastante identificado con la misma, hasta el punto de creer que ha sido él mismo quien la ha plasmado: CUIDADO CON ESO.
Pues bien, personalmente tengo la absurda idea de que el modelo de negocio actual, basado en la explotación de los derechos de autor por entidades de gestión, es un modelo bastante caduco. Esta percepción no surge de la nada, no. Cuántos de ustedes no están ya un poquito cansados de ver como les intentan cobrar por casi todo y de cómo tratan de limitar el uso de aquellos aparatos y reproductores que han adquirido.
En España, nos encontramos con la no muy estimada SGAE , la cual se dedica, entre otras cosas, ha cobrarnos un “pequeño” canon en cada uno de los CD o DVD virgen que compramos por si, sólo por si, se nos ocurriese emplearlo para grabar música u otro contenido sujeto a sus derechos de autor.
Como indicaba anteriormente, esta entidad sin ánimo de lucro, se dedica a más cosas. Un ejemplo lo tenemos en las bodas, si, si, no me he vuelto loco, en las bodas. Por lo visto se dedican a ir espiando, que nadie se sienta ofendido pero es el adjetivo más adecuado, a la gente en las bodas. El motivo, sencillo, cobrar en el caso de que se empleen canciones que no hayan pasado previamente por su caja. Pero, no se crean, su campo de actuación es más amplio, por no escaparse no lo hacen ni las organizaciones benéficas cuando hacen conciertos humanitarios. Y así, podríamos continuar con una interminable lista que puede, sólo puede, tenga fin.
A pesar de todo esto no nos quejaremos ya que existen países en los que están bastante peor. En los Estados Unidos la RIAA (equivalente a nuestra SGAE) se ha estado dedicando a enviar correos electrónicos a los internautas para que confiesen que han bajado música ilegal de Internet. No olvidemos que allí, a diferencia de España, si es delito.
Casos como el de una usuaria de Youtube que fue amenazada con una sanción si no eliminaba un vídeo de veintinueve segundos de duración en el que se veía a sus hijos bailando al son de un trozo de canción protegida por ellos, rozan lo absurdo.
Y es que, esta obsesión de algunos por conseguir beneficios de cualquier cosa, nos está llevando hacia la paulatina extinción de la cultura. Pronto, no podremos tararear nuestra canción favorita sin temor a estar haciendo algo ilegal y a posibles represalias. Una pena, la verdad.
